Wednesday, June 18, 2008

poesia de Tomas Amado Perez

Canto de Esperanza Para El Meme de Guatemala

I
Manuel, Meme a largas
como quien dice “nadie”
Meme de mi pueblo,
Meme de mi tierra,
Meme de Guatemala.

Meme hijo de esta tierra aborigen
corazón de chirimilla en tun milenario;
Meme hijo del esperma ancestral
del espiral jeroglífico tropical
ascendido al sol Maya-Kekchí.

Meme hermano del vuelo de mariposas
de alas verdes entre esperanzas de quetzales,
Meme, hermano de viento frío
de montañas y volcanes inolvidables,
de ríos clamorosos en distancias paralelas.

Meme del campo sin cultivo,
de la luna sin noche,
del arado sin buey,
del verso sin poesía,
y de la vida sin alma.


II
Yo sé Manuel, que una nube gris
ciega tu mirada de esperanza;
yo sé que el ruido de las olas del mar
ahogan el sonido de tu palabra;
yo se que la verdad de tu vida
se conjuga en el abecedario
de cada hombre humilde,
de cada campesino, de cada obrero
y de cada estudiante.

Yo sé Meme, yo sé
que si cien veces nacieras,
mil veces… mil veces
apagarían la vela de tu existencia
las balas de la metralla asesina.
Yo sé que por tu estrella
sembrarán una cruz
y por esa cruz sembrarán miles de cruces en este calvario que puebla
la tierra fértil de esta patria inocente.
Meme, yo se que no te has ido,

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porque mientras que haya injusticia,
porque mientras haya explotación,
porque mientras haya opresión
estará tu voz de protesta,
reclamando lo que cientos de voces
reclamarán a estallidos.
Estarán tus manos obreras
tejiendo alfabetos de esperanza
para miles de campesinos olvidados.
Estarán tus ojos de estudiante
Señalando el camino verdadero
Entre las sendas de ideologías demagógicas.
Estarán tus pies de gente sencilla
fuertes, firmes y de frente
sobre esta tierra mía.
Yo sé que no has ido,
yo sé que estás presente, aquí,
de pié levantando a esta patria,
porque los hijos buenos nunca se olvidan,
nunca mueren, se quedan de pie,
se quedan de pie para volverse patria.
Yo sé, que de tu sangre y de la sangre
De todos los que asesinan injustamente,
Será el néctar de las generaciones nuevas.
Yo sé, que tu pensamiento es una antorcha que encenderá la llama de los TECUN UMANES mil veces resucitados…

Yo sé, Meme, que el canto de tu lira
vibra y vibrará con ímpetu inefable
dentro de las arterias de los hombres libres de esta patria adolorida.


III
Meme, con todas las tristezas de la raza,
con todos los dolores de la vida;
Meme con todos los sufrimientos azules,
con todas las esperanzas marchitas.
Meme es el hombre de llanto,
Meme es el llanto del hombre,
Meme es el pueblo sufrido,
Meme eres tú, Meme soy yo,
Meme es ella, Meme es Guatemala,
Meme es el dolor de mi patria.

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¿Cuántas veces te he visto sangrar?
¿Cuántas veces te he oído gemir?
¿Cuántas veces soportarás tus angustias?
¿Cuántas, pero cuántas veces volverá tu pena?

Meme de mi pueblo,
Meme de mi Guatemala,
yo admiro los callos
de tus manos laboriosas
que jubilan centenares de jornales diarios.
Yo admiro el sudor de frente inagotable
que humedece el surco sin semillas.
Yo admiro tus pies descalzos
que marcan tu dicha ausente
a cada paso insultada.
Yo admiro tu tristeza constante
que está llena de amargos luceros
y estrellas mil veces desteñidas.
Yo admiro tu esperanza que es tan fugaz como el eco de un canto ligero
que se ahoga de ilusiones.
Yo admiro tu indiferencia al frío,
tus ropas raídas y viejas
que acarician tu piel desnuda.

Yo admiro en tus ojos
siempre
el cielo nublado
de mi pobre patria enlutada.


IV
Manuel, el Meme, ese eres tú,
ese es ella, ese, ese soy yo,
ese es el retrato del hombre
del hombre de mi patria.
Meme ¡Oh mi buen Meme!
Meme sin alegrías, Meme sin sonrisas,
Meme sin familia, Meme sin casa,
Meme sin zapatos, Meme sin pan,
Meme sin nadie, Meme sin nada,
sin nada más que la luz del día
que enciende tu larga pena.

¡Oh, mi buen Meme!
¿Qué hacer para aliviar tus penas?
¿Qué hacer para despertar tu pesadilla?
¿Qué hacer para darte lo que nada tenemos?

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¡Oh! Si esta es la realidad,
la cruda realidad nuestra
…y por ti,
hoy mi verso llora,
hoy el corazón se me deshoja
y las palabras se ahogan en mi garganta.

¡Oh! Meme que caminas solitario
por las veredas polvorientas de mi tierra,
por las calles empedradas de pesares…
Sí, anda, despierta, grita con compasión,
alza tu mirada hacia el confín,
levanta tu voz,
levanta tus manos,
levanta tus brazos,
ve, y asciende a las montañas
que mi patria, que mi Guatemala
aún te reclama.

-Fin-





























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La Noche de la Ultima Serenata

Mario del Río, un simpático mocetón que oscilaba entre los diecinueve a veintiún años de edad, de estatura regular, sus músculos proporcionados y ágiles lo hacían aún más joven de lo que era, sus ojos parecían dos grandes avellanas incrustadas en su piel morena, sonrisa en la flor de sus labios, romántico y enamorado del sexo bello; las muchachas de cabello largo eran su fascinación. Era todo un tipo estilo Juan Tenorio. Por algo le decían sus amigos: vos Mario sí que sos un cabronazo pa’ las traídas…
La aldea donde vive es pequeña. Dista de uno a dos kilómetros del pueblo de donde es originario; la cual está rodeada de cientos de pinabetes y bellas casuarinas. Por el centro de la comunidad se levanta humildemente una rústica iglesia, con su convento y corredor al lado del camino ancho, por donde pasa la mayoría de personas y donde los transeúntes hacen una pequeña parada, para después seguir su caminata.
Los días domingos a temprana hora, bajan las muchachas más hermosas luciendo sus acorralados y multicolores rebozos, ataviadas de sus más lindos chachales; a escuchar la ceremonia religiosa que el cura del pueblo semanalmente viene a celebrar.
La casa donde Mario habitaba, era de su patrón don Ramiro, dueño de la mayoría de las tierras fértiles de la aldea y se la dio a cambio de que le cuidase todos los terrenos sembrados de maíz y fríjol y que las cosechas fueran cada vez más abundantes. Esta casa la cuidaba como propia y la cual siempre se mantenía desolada porque Mario, no tenía madre, ni padre, ni hermanos, ni mujer, ni hijos, ni pariente cercano, todos habían muerto ya hacía muchas lunas y muchos soles por una peste que se llevó a toda su familia. Por lo cercano que estaba la casita a la iglesia la mantenía bien limpia y ahora

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luce de cerca un ordenado corralito de caña de carrizo que Mario le hizo para el día de Esquipulas.
Mario del Río, el muchacho sin destino acariciador del cielo y nubes, por naturaleza era romántico y despreocupado, cuando por casualidad a su paso encontraba alguna muchacha. Oh bien que él las buscara les echaba las flores más bonitas, los piropos más sonores y a veces le brotaban hasta versos rimados, que él instantáneamente improvisaba.
Todas las noches salía de la aldea, se dirigía al pueblo, con su guitarra al hombro y machete a la cintura. Ya era conocido por todos por su habilidad en la interpretación de sus bien acompasados corridos y por su voz empíricamente educada. Era tanto el hábito de ir al pueblo noche a noche que en Mario se hizo costumbre, aunque hubiese frío, tronara o lloviera, salía con rumbo al pueblecito que semejaba una paloma acurrucada entre las manos poderosas de la montaña.
Iba a diario, porque a diario le daba serenata a la muchacha de quien estaba locamente enamorado. La Juliana: pero la mentada Juliana además de ser bonita era muy tímida y nunca correspondía a los amores que Mario le ofrecía.

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Cuando en el pentagrama azul de nuestros sentimientos, se interponen colores de incomprensión y se marchitan lentamente las flores cubiertas de felicidad; entonces todo nos parece un sueño negro e inacabable, una pesadilla loca y absurda… Así es la vida de ingrata e injusto nuestro corazón cuando es caprichoso, pero, si se lucha, si se esfuerza por alcanzar satisfacer nuestros más grandes anhelos; veremos con júbilo cómo nos elevamos en espiral, así como eleva un tornado, observaremos a nuestros pies la anchura de un mar esperanzado, jinetearemos un corcel de

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transparencia verde y atravesaremos por el espinazo nuestros gigantescos problemas hechos volcanes de granito; entonces nuestra palabra se convertirá en fantástica mariposa de cristal para decir; ¡Lo he logrado!... ¡Lo hice!... ¡He triunfado!

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El pobre Mario cada vez se sentía más enamorado, por ratos especialmente en la noche sentía cómo su corazón le iba creciendo, rápidamente se le hinchaba y ya por horas esperaba que le reventara pero de puritito amor que le guardaba a la Juliana. A eso se debía que cuando daba sus serenatas, a las melodías que interpretaba les ponía cada vez más delicadeza, más romanticismo, más sentimiento, con la esperanza que la ingrata Juliana cediera, pero ella, ella ni siquiera se asomaba a la ventana donde él llegaba noche a noche a llorar sus desventura y a cantar con los sentimientos más profundos de su apasionado corazón. Mario sabía que a ella le gustaban sus canciones, que ella las escuchaba gustosamente, pero ¿Por qué no sales? ¿Por qué no me hablas? ¿Acaso tienes corazón de piedra? El se hacía uno y mil pensamientos aunque ella la Julianita no saliera, aunque no le hablara, él seguiría insistiendo porque él tenía un lejano presentimiento, una esperanza de que alguna noche la llegaría a convencer.
Entre sus adentros Mario se repetía: mañana volveré… sí amor, volveré….
Una noche de esas hermosas, cuando la luna con su luz opaca impregna los horizontes con su tinte lechosos y los coyotes con sus aullidos parecen alcanzar el infinito de los astros, Mario del Río, después de haber concluido nuevamente su infructuosa serenata, regresó a la aldea a eso de la media noche, con su guitarra sobre el hombro proyectada directamente hacia el nishtamalero,

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que era un diamante suspendido en el joyel nocturno. Al pasar frente al corredor que está en el convento de la iglesia de la aldea, con atónita sorpresa, vio a una mujer con su caballera extendida sobre su rostro y vestida de blanco, parecía una primorosa flor que ofrecía su belleza tentadora…
El inmediatamente pensó: mi Julianita, es igual a la Juliana, es ella, si, si es ella, ahora es la oportunidad para hablarle, hoy si no se va de las manos.. ni que yo fuera tan d’ialtiro pura lata.
Mario del Río, desde lejos comenzó a echarle flores y los piropos más bonitos que sabía, pero la muchacha de la blanda caballera extendida, estaba callada, no parecía escucharle, estaba como ausente y parecía más bien divagada. La mujercita de túnica blanca se hizo hacia el fondo del convento. Se sentó sobre el blanco de ocote que toscamente labrado a mano servía para descanso a los que allí llegasen. Mario, dejando su guitarra yuxtapuesta a uno de los pilares, se dispuso conquistar a la mujer que era dueña de sus sueños y que le inspiraba todo el cariño de su ser.
Acercóse macilento, le dijo clamoroso:…. Julianita, mi Julianita chula…. Quiso abrazarla, pero vio con sus propios ojos cómo la mujer se le esfumaba tan raramente de sus brazos, era algo así como abrazar un vacío porque no sintió abrazar nada, no sintió ese roce placentero de tocar lo que se quiere.
Mario levantó su mano temblorosa hasta el rostro cubiertos por los cabellos sedosos de la muchacha, para verle su cara, para acariciársela y miró extrañado cómo su mano atravesaba sus cabellos, le atravesaba su rostro, le atravesaba su cabeza y todo lo que tocaba de ella lo atravesaba con facilidad, y no lograba a tocarla, no sentía palparla ni mucho menos ver su rostro…

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La mujer parecía ser como de aire con figura humana: era como orgánica pero hecho de sombra, aunque estaba presente y se podía ver era insustancial.
En este instante Mario, con voz quebrada, con voz que se le ahogaba en la garganta, musitó quedamente:
Julianita…a puchis, si está no es la Juliana.
E-e-esta, e-e-es, la-la, me-mera, si-si-siguanaba…
¡Y se oyó un grito, hecho un trueno rompiendo los tímpanos del silencio de la noche, la luna palideció y las estrellas quedaron absortas…!

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Los vecinos de la pequeña aldea, muy de madrugada, encontraron la guitarra hecha en mil pedazos y a Mario del Río, el muchacho de las románticas serenatas, nunca más se le oyó cantar… porque apareció muerto bajo el banco ocote del convento, con el cuello amoratada los ojos bien abiertos y la lengua de afuera. Tal vez su otro yo y su voz huyeron muy lejos, más allá del límite del horizonte, o quizá la mujer del vestido blanco y cabellera extendida sobre su rostro se lo llevó consigó mismo… Quien sabe a dónde…




















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